viernes, 28 de febrero de 2014

Las prisas nunca son buenas consejeras (camino a Uyuni)

Después de pasar una semanita maravillosa en Samaipata, retomo camino hacia el sur boliviano para visitar lo que dicen es una de las maravillas naturales del mundo, el Salar de Uyuni. Quiero llegar en pocos días para poder estar pronto en Buenos Aires, así que paro poco tiempo en las ciudades a medio camino. 
Primero, y tras un viaje en bus que bien podría compararse con pasar 10 horas en un sillón masajeador de los que hay en los hipermercados (pero sin masaje ni acolchado respaldo, solo con traqueteo), llego a Sucre, la "ciudad blanca". Bien aconsejado me alojo en un hostal bien bonito, una antigua casa con sus patios interiores y todas las habitaciones abocadas a ellos, con sus escalinatas y balconadas de madera. 
Dejo mis cosas y en el mercado me repongo del viaje con una sopita de maní bien rica (¡las adoro!) y me doy una vuelta por la ciudad, buscando sobre todo un lugar de tránsito para probar suerte con el guitalele, y qué mejor sitio que la plaza de armas. En un par de horas discontinuas saco suficiente para el hostal y la comida, así que visito el museo etnográfico, en el que me encuentro con tres exposiciones, a cual mejor. La primera es una colección de máscaras de carnaval, la mayoría con los elementos simbólicos de las distintas etnias indígenas bolivianas; la segunda es una detallista representación de la vida de las tribus Uru-Chipaya, con maquetas fascinantes, como su estilo de vida; y la tercera es una muestra de arte plumario feminista de una artista boliviana, emigrante forzosa, que trata la situación de tantas mujeres ocultadas junto a su trabajo en las ciudades europeas más boyantes.
Me parece increíble encontrarme con semejante tesoro (y gratis). 

De Sucre parto al día siguiente hacia Potosí, algo desconfiante por la altitud (unos 4000 metros). La ciudad que me encuentro no me dice nada, no congeniamos. Además, su mayor atractivo turístico, y del que están bien orgullos*s aquí, son sus minas, que permitieron erigir una ciudad de la nada hace siglos, convertirla en el centro del mundo, y, a día de hoy, recuperarlas y asociarlas al turismo. Todo un hito...
Yo prefiero acercarme al Ojo del Inca, una laguna termal en la que acampo y paso una noche tras un bañito de 3 horas a 30 y pico grados, por suerte sin pestilentes olores sulfurosos (éstas aguas son de otro tipo). Allí presencio otra de tantas bregas culturales aquí: la de quienes quieren(queremos) todo gratis y la de quienes pretenden(viven de) sacar dinero por todo. En ella se mezclan todo tipo de alicientes: necesidad, supervivencia, racismo,... difícil sacar una conclusión.

Con un impulso más y con el tercer bus en tres días llego a Uyuni, una auténtica ciudad "fantasma" a simple vista, en la que todo parece estar completamente orientado al turismo del Salar y alrededores. Tras barajar la posibilidad de llegar por mi cuenta con las vagas informaciones que tenía, y viendo la dificultad de hacerlo, decido meterme en un tour para visitarlo, muy a mi pesar. Y la verdad es que acaba siendo un desastre: siempre acaban redileándote como oveja, y cuando uno está acostumbrado a ir por libre, de otra manera, es mucho más incómodo. Para colmo estamos en plena temporada turística y somos una caravana de vehículos que vomita centenares de turistas en cada parada, tod*s haciendo las mismas fotos, buscando los mismos efectos ópticos...¡ea! Por lo menos el Salar es realmente impresionante, cegador e inmenso, y creo que habría sido una verdadera pena no haber pasado por aquí. Descubro que la información que barajaba para venir sólo era demasiado imprecisa y podría haberme quedado algo tirado (esos 5 km caminando hasta la islita para acampar eran unos 75 km...).

Por último, tomo una combinación de buses que me llevan a la frontera y de ahí a Jujuy y Buenos Aires en tres días: una auténtica odisea para el fin de semana. Esta frontera es más cruda que la de Perú con Bolivia, muestra otra realidad que inquieta y desespera bastante.

Por fin empiezo la semana siguiente en Buenos Aires, ya "en casa", maravillosamente acogido y con tiempo para relajarme y reflexionar: 2800 km. y 6 autobuses en una semana no es plato de buen gusto, no es la forma de viajar que quiero, así que mejor no volver a repetirlo. Viajes largos y del tirón para unir puntos distantes, vale, pero solo para pasar tiempo a gusto en los sitios a los que quiera ir.

Replanteando el viaje...




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