miércoles, 29 de enero de 2014

Horas de bus (tiempo para uno mismo)

Desde las ventanas del bus uno se hace idea de lo vastas que son aquí las dimensiones: cuánto tiempo (¿horas?) para dejar la continuidad urbana de Lima, la extensión abrumadora del desierto costero, salpicado de pequeñas chozas y ridículas parcelas de reforestación de zonas áridas. De vez en cuando aparecen huellas que suben alguna duna y las sigo con la esperanza ingenua de encontrarme una vicuña, o mejor aún, un puma en lo alto del una roca. Aunque los únicos centinelas que encuentro son unas rapaces que ni idea de si son águila, aguiluchos o gallinazos (los zopilotes mejicanos, pequeños buitres mudos que abundan en las ciudades "reciclando" lo que puedan pillar de la basura). De momento me conformo con eso, y con mi primer colibrí en Arequipa. Por la otra ventana el desierto deja ver el océano a ratos, un Pacífico que de momento dejo sin probar, aunque puede que a la vuelta moje los pies.

Mis expectativas bicheras sí se cumplen en el trayecto a Puno, donde me encuentro en varias ocasiones algunos grupos de vicuñas (el único camélido salvaje que tienen por aquí). Tanto esfuerzo tratando de llegar a una reserva para ver aves y estos bichos y me los veo desde el bus, tan cómodamente. A ver si el cóndor también se me aparece así, de sorpresa.

Otra forma de medir distancias (16 h. de Lima a Arequipa)

Ya es hora de emprender viaje por mi cuenta y dejar a la abuelita Luz y la familia (ya a la vuelta les veo, ¿ok?). Toca empezar el camino hacia Bolivia y mi primera parada será Arequipa, a 1000 km. y 16 horas de bus de Lima. Aprovecho para viajar de noche y así ahorrarme el hostel, aunque los asientos de bus no congenian mucho con mi sueño. Ya habrá tiempo si no de hacer macramé o de terminar a Benedetti y su "Primavera..." (gracias hermanita, es bien lindo).
En el bus me encuentro con otras mochileras (argentinas parece) y pienso en acercarme y charlar un poco con ellas, al fin y al cabo voy solo y seguro que me pueden dar algo de información valiosa (hostels baratos, parajes interesantes o tours asequibles). Pero entre mi sueño, su sueño, mi vergüenza a acercarme a la mesita en la que almuerzan en el bar de paso ("Los Abades de Arequipa" jejeje), al final solo intercambio unas pocas palabras al bajar del bus. ¡Maldita vergüenza! no me va a llevar a ningún sitio, así que busco un hostel en Arequipa y allí asalto a una simpática pareja chilena; luego en el freetour de la ciudad conozco a más viajer*s (¡así sí hombre!). Pasamos un par de horas visitando la bonita Arequipa, custodiada por sus cerros y su volcán (en activo) de unos 6000 m., clima serrano diferente al limeño (menos humedo y frío por la noche), disfrutando del rico queso helado (que de queso nada) y del pisco sour. 
Compartimos nuestras experiencias y planes de viaje y así quedo con M. (argentina) en ir junt*s al día siguiente y por nuestra cuenta al Valle del Colca, cosa que terminamos de planificar en el hostel de los mexicanos con un tesito. Ellos tienen planes más ambiciosos: vienen de Colombia y Ecuador y dejan Perú camino de Bolivia con la idea de llegar hasta Patagonia y recorrer toda Sudamérica. ¡Pura y sana envidia! Con suerte nos encontraremos de nuevo en La Paz.
Al día siguiente cumplimos con el plan previsto: a las 5 de la mañana arriba, me encuentro con M. en la plaza de armas y cogemos un taxi a la estación de bus (con su regato correspondiente "7 soles", "no, 5", "ah no! 6", "vine por 5", "vale, 5"). Todo según el plan, llegamos justo para coger el bus, pero "no hay pasajes" para todo el día. ¡Mierda! L*s dos sacrificamos necesarias horas de sueño para nada. Estos malditos tours seguro que han copado los buses para redilear turistas: "bajen; suban; vean qué maravilla; tienen 15 minutos; compren; ¡todo el mundo al bus!" y ya. Nada de caminar por un valle (que dicen es) impresionante, o disfrutar de un ave emblemática como el cóndor. Así que nos sale mal la jugada de ir por libre, pero no pasa nada, cambio de planes: ella a ver los petroglifos de Toro Muerto y yo hacia Puno, a orillas del Titicaca y de camino a Bolivia. Un café de despedida y un "¡buen viaje!" mutuo. A ver si nos reencontramos en Buenos Aires.

Como Atahualpa en Lima (a cuerpo de rey)

Lima me parece bestialmente grande, inmensa. Me recibe con una neblina espesa, húmeda y calurosa, y un sol que abrasa. Vista desde el cerro San Cristóbal abruma: no se le ve final, los límites visibles son el océano y algunos cerros, tras los que se extienden más viviendas de colores. 10 millones de habitantes.


Tengo la suerte de que me acogen en casa de conocid*s, y me dan ricos desayunos con juguitos de naranja y de papaya (aunque está me parece sosísima), tostadas con palta (aguacate), pasteles de carne y de queso. También me llevan de aquí para allá: al centro histórico con su plaza de armas, sus catedrales y su mercado; y también con sus niños limpiabotas o las seños que tratan de venderte cualquier golosina (chicles, frutitas,...), cargadas como van con sus pequeñ*s e intentando conseguir alguna luca antes de que el serenazgo o la policía las mande a paseo. Aunque tampoco pasaría mucho, están allí donde l*s turistas (gring*s o nativ*s) hacemos cola para dar un paseo en bote, en los malecones o en los mismos buses.

Lima también ha sido los barrios de San Miguel y Miraflores, el distrito de Callao ("como un Vaticano dentro de Lima" me decían, por la autonomía, no porque tenga un Papa), pero sobre todo (y es que uno barre para lo suyo) los Pantanos de Villa con sus miles de pajarracos (pelícanos, ibis, garzas, zampullines,...) donde coincidí con una pareja de birdwatchers australianos muy maja con la que hicimos una divertida simbiosis: yo les mostré (de casualidad) el pájaro que andaban buscando y ell*s me fueron indicando especies en el tomazo de libro de aves del Perú que llevaban.

Una suerte también las invitaciones al chifa con su arroz chaufa (un restaurante chino), al cebiche y al "pescadito frito" y a la chicha morada. Una familia muy acogedora, y una abuelita relinda, un recuerdo híbrido de mis abuelas (la una por tener los mismos 92 años, y la otra por lo pequeña y arrugada), con una sonrisa permanente y un tenaz empeño en que me gustase el Perú: "pa que luego vayas y digas que es bien bonito, y venga la gente a visitar mi Perú".

Eternizantemente eterno (viaje Madrid-Lima)

Con mis prisas habituales, salgo 4 horas antes de la casa en Madrid para ir con tiempo a la combinación de metros y la llegada al aeropuerto. Tanto que al final acabo teniendo que esperar 2 horas tontas en el aeropuerto (por si no fuese suficiente largo el viaje). 
Como es rigor paso por todos los controles posibles de las autoridades americanas (tanto en Madrid como en Atlanta, y "curiosamente" siempre éramos personas latinas o de color). Yo temiendo por mi cortauñas y acaban quitándome mis dos míseras manzana, "por los bichitos señor". Pero bueno, no todo va a ser quejarse, tenía una pantalla táctil en mi asiento en la que podía elegir la película o música que quisiese (aunque "Gru" no estaba en español!!), comida decente y abundante, una mantita que me habría llevado junto a la almohada si tuviese hueco en la mochila. Buen viaje, aunque largo.

En el camino he tenido mucho tiempo para disfrutar recordando la despedida gitana (por duradera) que he tenido: la cenita con la gente murciana, con sus regalos (una bien práctica cantimplora y un minúsculo compañero de viaje al que todavía no he puesto nombre), cervecitas, guitarrilla y risas; los días de escalada y playa en el Portús, el vídeo frustrado y la experiencia de conocer al veterano que equipó todo ese sector (una especie de Mr Hayduke, bruto y dicharachero, que anhelaba la posibilidad de morir escalando frente a la seguridad de hoy); la merendilla con l*s albaceteñ*s, la comidilla y la cervecilla (que no falte), la guitarra (el club de fans de Amigos con piscina reclama vehementemente nuevas apariciones) y la agradable acogida en Villa Mellizas; y el paso final por casa de "mis chicas de Madrid" (como ellas mismas se autodenominaron).

Todo ello lo guardo bien cuidado en la mochila que llevo, para tirar de ellos cuando flaqueen las fuerzas en los días feos de precariedad y soledad, o cuando un lugar bonito, un lago, una montaña o un pajarillo me recuerden a vosotr*s. 
Os voy a echar de menos,
¡pero nos veremos pronto!

Querido Calatraven


No sé si soy un león marino o una foca, vé muchos en tus viajes y cuando vuelvas me lo cuentas.
Te quiere:
Gara