sábado, 12 de julio de 2014

Me lo dijo papá...

Anda hoy correteando por la finca Daniel detrás de su amigo Lolo, algo mayor que él. A cada paso de éste le sigue el enano, como si fuese su sombra, tratando de ocupar siempre el espacio en que se encuentra su querido amigo. Por tan querido es que aprovecha hasta el último momento de su presencia, pues luego pasan semanas o meses en los que no lo ve, y se le hacen eternos. 

Y es que Daniel está bien enamorado de Lolo. A su manera (como cada un* tenemos la nuestra), siente ese amor sencillo y bello, casi puro, de la infancia, que todavía (por su corta edad) no ha sido sutilmente enajenado.

Ajeno a lo que se supone que debe ser, él se pasea bien ataviado con su aguayo, porteando en la espalda su muñeco, que tanto tiempo le costó dormir. Su padre, al verlo, no puede contener su horrorizado asombro y le espeta: 

-Pero, ¿se puede saber a qué juegas? 

El pequeño, con cierta indiferencia, le responde:

-Pues a qué va ser: llevo a mi bebé en la espalda. Es nuestro hijo, mío y de Lolo: él es el padre y yo soy la madre.

Atónito se queda el padre mientras Daniel continua su marcha.

Minutos mas tarde, tras una serie de sesudas e inútiles explicaciones, el padre decide arrebatarle el aguayo y el bebé a Daniel, y con ellos parte de su inocencia. 

Parece que hay cosas que un padre (por mochilero y rasta que sea),
 no puede consentir...