viernes, 28 de febrero de 2014

Beatricita (la niña taxista)

Tras una dura negociación, nos subimos a un taxi y me toca maletero (somos cinco y lo prefiero, iré más cómodo en la parte trasera de la ranchera, como en las fotos de infancia en el auto familiar). 
Ahí también viaja Beatricita, que es hija del taxista, así que compartimos viaje. 

Tardo tres intentos en adivinarle la edad (que para lo corta que es son muchos). Al principio me mira y no habla, casi ni siquiera responde a las preguntas que le hago, así que cambio de estrategia y paso al estilo indirecto: la mímica y hacer el tonto siempre funcionan (deben ser parte del lenguaje universal de los cuerpos). Le saco la lengua, me embizco y persigo una mosca imaginaria, emito ruiditos extraños, y todo eso parece que ya le gusta más.

Cuando me canso de imitar a un cerdo, ella suelta un ¡oink! que viene a decir: 

-¡Eh, que quiero seguir con el juego!

o me da una patadita para que siga entreteniéndola. Saco entonces mis prismáticos imaginarios y oteo el horizonte buscando algo misterioso, a lo que ella responde sacando los suyos y, como sincronizado, nos encontramos con nuestros prismáticos y su carcajada es monumental.

El ambiente se distiende cada vez más, y acabamos en una especie de competición de oinks, pedorretas, silbiditos, embizcamientos y demás calatravadas, antes los giros de cuello sorprendidos de nuetr*s compañer*s de viaje.

Y así, sin darme casi cuenta, llegamos a destino. Nosotr*s nos bajamos y ella se queda en el coche, medio risueña todavía, medio tristona porque se acabó el juego. Esperemos que la próxima persona con la que comparta maletero también le preste un poquito de atención (andan por aquí deidades rubias y blanquecinas que parecen no ver por debajo de sus hombros).

¡Oink!

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