viernes, 28 de febrero de 2014

Las prisas nunca son buenas consejeras (camino a Uyuni)

Después de pasar una semanita maravillosa en Samaipata, retomo camino hacia el sur boliviano para visitar lo que dicen es una de las maravillas naturales del mundo, el Salar de Uyuni. Quiero llegar en pocos días para poder estar pronto en Buenos Aires, así que paro poco tiempo en las ciudades a medio camino. 
Primero, y tras un viaje en bus que bien podría compararse con pasar 10 horas en un sillón masajeador de los que hay en los hipermercados (pero sin masaje ni acolchado respaldo, solo con traqueteo), llego a Sucre, la "ciudad blanca". Bien aconsejado me alojo en un hostal bien bonito, una antigua casa con sus patios interiores y todas las habitaciones abocadas a ellos, con sus escalinatas y balconadas de madera. 
Dejo mis cosas y en el mercado me repongo del viaje con una sopita de maní bien rica (¡las adoro!) y me doy una vuelta por la ciudad, buscando sobre todo un lugar de tránsito para probar suerte con el guitalele, y qué mejor sitio que la plaza de armas. En un par de horas discontinuas saco suficiente para el hostal y la comida, así que visito el museo etnográfico, en el que me encuentro con tres exposiciones, a cual mejor. La primera es una colección de máscaras de carnaval, la mayoría con los elementos simbólicos de las distintas etnias indígenas bolivianas; la segunda es una detallista representación de la vida de las tribus Uru-Chipaya, con maquetas fascinantes, como su estilo de vida; y la tercera es una muestra de arte plumario feminista de una artista boliviana, emigrante forzosa, que trata la situación de tantas mujeres ocultadas junto a su trabajo en las ciudades europeas más boyantes.
Me parece increíble encontrarme con semejante tesoro (y gratis). 

De Sucre parto al día siguiente hacia Potosí, algo desconfiante por la altitud (unos 4000 metros). La ciudad que me encuentro no me dice nada, no congeniamos. Además, su mayor atractivo turístico, y del que están bien orgullos*s aquí, son sus minas, que permitieron erigir una ciudad de la nada hace siglos, convertirla en el centro del mundo, y, a día de hoy, recuperarlas y asociarlas al turismo. Todo un hito...
Yo prefiero acercarme al Ojo del Inca, una laguna termal en la que acampo y paso una noche tras un bañito de 3 horas a 30 y pico grados, por suerte sin pestilentes olores sulfurosos (éstas aguas son de otro tipo). Allí presencio otra de tantas bregas culturales aquí: la de quienes quieren(queremos) todo gratis y la de quienes pretenden(viven de) sacar dinero por todo. En ella se mezclan todo tipo de alicientes: necesidad, supervivencia, racismo,... difícil sacar una conclusión.

Con un impulso más y con el tercer bus en tres días llego a Uyuni, una auténtica ciudad "fantasma" a simple vista, en la que todo parece estar completamente orientado al turismo del Salar y alrededores. Tras barajar la posibilidad de llegar por mi cuenta con las vagas informaciones que tenía, y viendo la dificultad de hacerlo, decido meterme en un tour para visitarlo, muy a mi pesar. Y la verdad es que acaba siendo un desastre: siempre acaban redileándote como oveja, y cuando uno está acostumbrado a ir por libre, de otra manera, es mucho más incómodo. Para colmo estamos en plena temporada turística y somos una caravana de vehículos que vomita centenares de turistas en cada parada, tod*s haciendo las mismas fotos, buscando los mismos efectos ópticos...¡ea! Por lo menos el Salar es realmente impresionante, cegador e inmenso, y creo que habría sido una verdadera pena no haber pasado por aquí. Descubro que la información que barajaba para venir sólo era demasiado imprecisa y podría haberme quedado algo tirado (esos 5 km caminando hasta la islita para acampar eran unos 75 km...).

Por último, tomo una combinación de buses que me llevan a la frontera y de ahí a Jujuy y Buenos Aires en tres días: una auténtica odisea para el fin de semana. Esta frontera es más cruda que la de Perú con Bolivia, muestra otra realidad que inquieta y desespera bastante.

Por fin empiezo la semana siguiente en Buenos Aires, ya "en casa", maravillosamente acogido y con tiempo para relajarme y reflexionar: 2800 km. y 6 autobuses en una semana no es plato de buen gusto, no es la forma de viajar que quiero, así que mejor no volver a repetirlo. Viajes largos y del tirón para unir puntos distantes, vale, pero solo para pasar tiempo a gusto en los sitios a los que quiera ir.

Replanteando el viaje...




El aviso del leke leke

El leke leke se pasea por la pampa andina escandalosamente, revoloteando por encima de nuestras cabezas. Salen de todas partes a nuestro paso, y algunos incluso aguantan desafiantes a unos metros mientras pasamos a su lado.

Cuentan por aquí que cuando el leke leke chilla por la tarde, hace las veces de meteorólogo de la estepa, augurando malos presagios: esa tarde caerá agua en forma de piedra. 
Por eso cuando empieza a bajar el sol y el pajarillo sigue con su cantadera, las gentes del campo levantan la cabeza, fruncen el ceño y siguen a mala gana con la tarea.

Esta tarde el leke leke chilló; 
el cielo se ennegreció y piedra cayó;
la papa morada parece que se rompió.

Beatricita (la niña taxista)

Tras una dura negociación, nos subimos a un taxi y me toca maletero (somos cinco y lo prefiero, iré más cómodo en la parte trasera de la ranchera, como en las fotos de infancia en el auto familiar). 
Ahí también viaja Beatricita, que es hija del taxista, así que compartimos viaje. 

Tardo tres intentos en adivinarle la edad (que para lo corta que es son muchos). Al principio me mira y no habla, casi ni siquiera responde a las preguntas que le hago, así que cambio de estrategia y paso al estilo indirecto: la mímica y hacer el tonto siempre funcionan (deben ser parte del lenguaje universal de los cuerpos). Le saco la lengua, me embizco y persigo una mosca imaginaria, emito ruiditos extraños, y todo eso parece que ya le gusta más.

Cuando me canso de imitar a un cerdo, ella suelta un ¡oink! que viene a decir: 

-¡Eh, que quiero seguir con el juego!

o me da una patadita para que siga entreteniéndola. Saco entonces mis prismáticos imaginarios y oteo el horizonte buscando algo misterioso, a lo que ella responde sacando los suyos y, como sincronizado, nos encontramos con nuestros prismáticos y su carcajada es monumental.

El ambiente se distiende cada vez más, y acabamos en una especie de competición de oinks, pedorretas, silbiditos, embizcamientos y demás calatravadas, antes los giros de cuello sorprendidos de nuetr*s compañer*s de viaje.

Y así, sin darme casi cuenta, llegamos a destino. Nosotr*s nos bajamos y ella se queda en el coche, medio risueña todavía, medio tristona porque se acabó el juego. Esperemos que la próxima persona con la que comparta maletero también le preste un poquito de atención (andan por aquí deidades rubias y blanquecinas que parecen no ver por debajo de sus hombros).

¡Oink!

Daniel (hoy, trotamundos)

Hoy me vuelvo a encontrar con Daniel. Tiene 3 años, una coletilla larga y dorada y unos ojos que ocupan casi todo su rostro. Viaja con su madre y su padre en una furgoneta que hace unos días les dejó tirad*s, por lo que hemos coincidido por unos días.

Para tener 3 años habla por los codos, es tremendamente despierto y no para ni cinco minutos: primero da vueltas y vueltas al patio con su patín, luego inventa cualquier juego para perseguirte o para que le persigas, y cuando se aburre de correr, agarra una pelota medio pinchada que anda por ahí y comienza a patearla, mirándote de reojo a ver si te unes al juego.

Es directo y pide lo que quiere, sin rodeos; o directamente lo hace. En el pueblito, de repente desaparece y se busca nuev*s amig*s, y cuando su madre se viene a dar cuenta está metido dentro de alguna casa, despreocupado de si debe o no entrar: sus amig*s entraron, el fue detrás (para susto colectivo ante la desaparición momentánea del enano). Y si está cansado, pues directamente pasa de todo: hoy, mientras su madre imparte un maravilloso taller de teatro para niñ*s, él, medio amodorrado todavía por la siesta de hace un rato, coge su mantita, la extiende a un lado de la patio y se tumba a mirar el quilombo que sucede a su alrededor (mientras el resto de peques pasan corriendo a su lado, lo saltan y gritan).

Sus amig*s hoy viven en la sierra y son de café; dentro de unos días serán distint*s...

Beatricita y Daniel (Historias menudas)


A Beatricita y a Daniel l*s encontré nada más llegar. Estaban en todas partes, allá donde iba l*s veía, la mayoría de veces acompañando a su madre en el sufrido intento de vender cualquier baratija, y otras veces eran ell*s quienes lo intentaban. 

A Daniel lo encontré a menudo en las esquinas de calles y plazas, limpiando botas y dando betún a caballeros de toda índole, a cara descubierta, inhalando los intensos vapores que mañana le carcomerán los pulmones (mañana...).


Aún cambiando de ciudad l*s he seguido encontrando, en ocasiones algo mayores, otras más pequeñ*s; más canela o más café; pero siempre en la calle, trabajando, jugando, durmiendo en el puestito del mercado que su madre regenta o bajo el carrito metálico que hace las veces del mismo, apoyad*s sobre unos cartoncitos para amortiguar el duro metal.

También l*s encontré en los buses, observándome curiosamente, o l*s vi desde la ventana caminando por la orilla de la carretera, junto a una mujer cargada de niñ*s y bártulos, casi indiferentes a las ráfagas de autobuses y camiones que pasan a pocos centímetros, peinándoles el flequillo.

Cada vez que l*s veo trato de sacarles una sonrisa, y a veces lo consigo, aunque otras me choco con una mirada perdida que hace que un escalofrío me recorra todo el cuerpo. 

Miradas menudas, menudas miradas...

lunes, 17 de febrero de 2014

Selvas ambiguas (unas que te echan y otras que atrapan)

No es ésta la mejor fecha para ir a la selva, cuando parte de Bolivia está catastróficamente inundada por la temporada de lluvias, y Villa Tunari no es una excepción. Agua por la mañana y por la noche; por arriba, por abajo y en el ambiente. 
Pero el bosque tropical tiene sus ventajas, y con tanta frondosidad la lluvia allá adentro no se nota tanto (las copas de los árboles hacen de improvisados paraguas). Así que, aprovechando las ventanas sin lluvia que se abren durante el día, pude darme una vueltita por el parque Machia (reserva de monos para su recuperación para la vida en libertad) y los alrededores de Villa Tunari, aunque al final siempre acabé empapado. Por lo menos vi bastantes aves, un armadillo y un mono (algo es algo).

Lo de las aves no deja de sorprenderme, ya que muchas de ellas son fácilmente reconocibles pero completamente distintas: un azor anaranjado, un avión azul celeste o un martín pescador marrón-negruzco.

En el hostal comparto ratos con tres chilen*s que me dan clases de jerga chilena y con quienes hago  grupo para visitar el Parque Nacional Carrasco (y así abaratar costes porque sólo es prohibitivo), con sus guarachos (aves emblemáticas del parque) y sus murciélagos (vampiro incluido). 

Sorprende pensar que lo que hoy es un bosque tropical espeso, hace menos de 40 años fueran cultivos de coca (si la reforestación fuese así por nuestras latitudes...), y también impresionan los ríos en esta época: grandes, muy anchos, marrones de tanta tierra que llevan y  muy bravos (nada de un bañito si aprecias tu vida).

Aún a pesar de haber podido hacer alguna salida, tres días seguidos lloviendo es suficiente, así que mejor me voy para Samaipata con S., también zona de selva pero más montañosa. Poco parece importar porque al día siguiente de nuestra llegada, en nuestra primera ruta, nos cae el diluvio universal y acabamos empapad*s (mis destrozadas botas ahora parecen la Fontana di Trevi, al pisar fuerte sale un chorrillo a propulsión por una grietecilla). Para colmo hemos pagado la entrada a un emplazamiento arqueológico (el Fuerte de Samaipata) con una ubicación maravillosa y unas vistas impresionantes que no podemos apreciar por estar literalmente entro de una nube.
Al final no hubo forma de vadear el arroyito
Pero dice el dicho que "lo que mal empieza está condenado a acabar genial" (¿o no era así?) y al final paso una semana completamente atrapado por el camping y su gente, por el pueblo, el mercado (con sus ricos sonsos y sus arepas), y por su naturaleza (las cuevas y sus cascadas, el Parque Nacional Amboró y sus helechos arborescentes, la huella de un jaguar,...).


El ambiente en el grupo es estupendo, a ritmo de cuecas y chacareras (ya tengo una nueva parada en el camino para visitar a los compadres rosarinos) y además consigo hacer un poco de intercambio en el camping como voluntario en las casitas de adobe que están haciendo (y más barata la estancia) y en una fiestecilla saco unos bolivianos con mis ricas tortillas de papas (por fin puedo permitirme el lujo de una cervecita boliviana).

Y aunque me quedaría una temporadita más larga en Samaipata (la vida es realmente cómoda aquí), tengo que seguir viaje para estar a tiempo en Buenos Aires (¡no falta nada para que llegue M.!), así que saco mi pasaje para un bus mortífero hacia Sucre y así ir dirigiéndome al sur (Sucre, Potosí, Uyuni...).

Espero que la vuelta a las alturas (Potosí, 4000 m.) me siente mejor que la última vez ...

lunes, 10 de febrero de 2014

Yo quisiera ser alpaca (penando hacia el Tunari)

Con mi mochila, mi carpa, y con avituallamiento que compré en el pueblo, me adentro en un bosquete de eucaliptos (que aquí abundan, no se porqué) con la idea de acercarme un poco al comienzo de la loma del cerro y a la vez alejándome algo del pueblo para pasar la noche. 
Ya de noche y con una tormenta sobre Cochabamba impresionante (aquí parece que no llegará), me meto en la carpa y busco algún cuentito del Viejo Antonio sobre la noche, para quitarme cierto canguelo por estar solo en mitad de la noche en un sitio que no conozco de nada. Y como era de esperar, el Sub y el Viejo Antonio no fallan y me cuentan "La historia de la noche": 

"Dice la gente que no es sabedora que guarda la noche muchos y grandes peligros, que es la noche cueva de ladrones, lugar de sombras y temores. Eso dice la gente que no sabe [...] La noche quedó pues, ahora con sus orillas y sus puertas y ventanas, nació su propia vida y se fue construyendo las luces que en la oscura nagua le cuelgan. Tiene la noche sus sombras, es cierto. Pero, sombras de las sombras, hombres y mujeres que en la montaña la habitan y cuidan, tienen sus propios destellos y, a su modo, también alumbran".

Y así, más tranquilo con las palabras del viejo, me voy a dormir (la próxima vez que coincidamos en el monte os cuento la historia entera).

A la mañana siguiente, tras un pequeño desayuno y bajo una llovizna de buenos días me encamino hacia el cerro. Primero por una senda difusa y, al poco, campo a través. Aunque me mantengo orientado viendo el cerro, el único camino que encuentro acaba siendo un barranquito por el que trato de ir subiendo, pero entre las piedras grandes y mis 15 kg. a la espalda la cosa no es que vaya muy bien. Y es que sí, la cabra tira al monte, pero aquí estamos en terreno de alpacas, y eso desearía ser yo ahora, porque me está matando esta subida...
Al final consigo subir hasta la base del cerro (después de casi 4 horas y calculo que unos 1000 metros de subida, aunque voy sin mapa y no tengo ni idea), y me propongo llegar hasta la cumbre del pico más cercano (que no es el Tunari pero también me vale). Dejo la mochila junto a un risco grande para afrontar el tramo final (con mis hojas de coca dentro, por despiste) y tiro para arriba, pero pronto mi agotado cuerpecillo y una niebla que no acaba de irse me dejan claro que no hace falta llegar al límite y que mejor volverse a tiempo (quedan muchos días de viaje). 
La bajada empieza igual que la subida, por un senderito de ganado que pronto desaparece, por lo que trato de seguir por donde puedo, a costa de varios tropezones y de acabar empapado (por la "lluvia inversa"). Satisfecho de llegar sano y salvo, aunque molido, me reencuentro en el pueblito con las voluntarias y l*s niñ*s de la escuelita, y aún saco algo de fuerzas para un basket con ell*s. Luego de un tesito de despedida en la Tinkuna dejo a las voluntarias y me busco un hostal. El lunes me reencontraré con S. (voluntaria francesa) para conocer Samaipata y con suerte alguna de las ecoaldeas que hay por allí, pero este finde me voy para la selva del Chapare, a Villa Tunari, a ver si las lluvias me respetan y bicheo un poquito.

Iré preparando el repelente de mosquitos...





Tropiezo en Cochabamba (el fiasco de la Red Tinku)

Con una mezcla de entusiasmo y desconfianza me voy acercando a Cochabamba: con ganas de pasar dos semanas estable con un proyecto interesante (trabajando junto a una comunidad rural) pero intranquilo por la advertencia de L. (que acaba de pasar unos días con la asociación) de que el voluntariado no es lo que aparece publicitado en la página web. 

Con todo eso, y tras un viaje peculiar (viajé junto a una señora que me contó su vida, la de sus hij*s, la del novio de su hija, la de sus perros, me invitó a un sandwich y a turrón,...) llego a Cochabamba y me dirijo a la Tinkuna, centro social de la asociación donde me alojaré junto al resto de voluntari*s. Sin apenas recepción de ningún tipo las primeras (y únicas) preguntas son sobre la aportación económica que debo hacer (si puedo darla en ese momento, a ser posible esa misma noche o mañana a primera hora,...) por lo que empezamos con mal pie: saben que salí hace 8 horas de La Paz, son las 23 h. y ni un pobre ofrecimiento de hospedaje ("¿qué tal el viaje?, ¿estás cansado?, ¿tienes hambre?"...); lo primero el dinero. 



El día siguiente (domingo) sirve para constatar que no hay buena organización (si es que la hay), aunque por lo menos disfruto visitando el mercado de la papa y del maíz: un montón de puestos de agricultor*s de la zona que traen este día sus productos, papas y maíces de diversos tamaños, formas y colores.
El lunes empezamos el trabajo y queda definitivamente claro que este no es mi sitio y que no voy a aguantar aquí muchos días más. La idea de trabajar con la comunidad rural en la construcción de una casita con materiales del lugar y en un huerto orgánico no existe: hay un terreno cedido a la asociación donde esta pretende hacer ambas cosas (casa y huerto) pero sin trabajar con la comunidad rural, y sin un proyecto claro (por lo menos en cómo llevarlo a cabo). Y para machacarme cavando y desbrozando ya tengo yo huertas en Murcia (¿verdad familia?). Así que decido aguantar un par de días más por la compañía junto a las demás voluntarias (todas chicas francesas, ¡qué casualidad!) y porque el espacio del que disponemos en Potrero (el pueblito) es realmente bonito. 
Por las tardes comenzamos haciendo un tallercito de teatro y algunos juegos con l*s peques de la escuelita, pero pronto quieren que les hagamos apoyo escolar (matemáticas, dictados,...) y eso tampoco es algo que me apetezca hacer, la verdad.

Así que con este panorama, me despido el miércoles del voluntariado y me voy al monte, a tratar de subir un cerrito que hay arriba del pueblo: el Machu Tunari, una mole rocosa que ronda los 5000 metros (estamos a unos 2600 m.).
Con la sociabilidad recargada y planes a corto plazo (seguiré viaje con algunas compañeras por Bolivia) me decido a pasar 1 o 2 días en el monte, para desquitarme un poco de la experiencia "voluntaril".

¡Y es que la cabra tira al monte!

lunes, 3 de febrero de 2014

Lluvia y creatividad femenina (La Paz)

Ya por fin me voy pa' Bolivia. En el bus comparto viaje con dos majísimos argentinos: ellos me dan galletitas y yo les doy agua-con-suerovitamínico-quesabeamedicina; yo les cuento mi semana peruana y ellos a mí su periplo de 4 días durmiendo y viajando de noche para trabajar de día con la música y los malabares tratando de sacar la plata para el pasaje (y pa' comer algo, claro): en 4 días han llegado de Guayaquil (Ecuador) a Copacabana (Bolivia). Allí nos despedimos y cojo mi bus a La Paz, en el que trato infructuosamente de vender alguna pulserita (la primera se la vendí a mi compi de bus anterior, por curiosa, jejeje).

Ya en La Paz callejeo hasta encontrar mi objetivo: la Virgen de los Deseos, la casa que Mujeres Creando gestiona como café, local y hospedaje, a parte de las actividades que ellas desarrollan allí. Un local precioso donde me doy el lujo de comerme un queque de queso con un tesito.

Al día siguiente (sábado) recibo la buena noticia de que L. (compa de la vendimia) está aquí, así que trato de encontrarla por el hostel por el que me ha dicho que para, pero al final no conseguimos encontrarnos. Nuestros viajes por Sudamérica van por caminos distintos, ¡nos veremos en otra!
Me voy entonces para la Alasita, la feria que se celebra estos días en honor al Ekeko, dios aymara. Allí compro unos regalitos en el puestecito de Mujeres Creando y ya de paso charlo con ellas un poquito de su historia y de su ahora, de las verdaderas políticas de Evo,... Todo un gusto charlar con ellas ese pequeño ratito, pero yo ya me voy y las voy dejando que a mi me esperan en Cochabamba, así que en otra ocasión más y mejor.

Me dejo La Paz y el Illimani (con sus más de 6000 metros) para otro día con más tiempo.

La historia del hak'akllu

El hak'akllu es un pájaro carpintero andino que vuela por las sierras y cerros, y de vez en cuando se pasea por la pampa. Hace su nido en el suelo y revolotea curiosa y ruidosamente de poste en poste, o de piedra en piedra.
Tanto charra el pajarito que cuentan que un día Dios decidió tomar medidas para, por lo menos, poder dormir tranquilo su siesta de cada día. Dicen que castigó al ave sacándole la lengua por detrás para que así no pudiese hablar. 
Pero debe ser que la naturaleza es sabia (y atea) que, a pesar del castigo divino, anda el pajarito cantando con sus plumas amarillitas y su chaqueta azulada, y con la lengua por fuera de la nuca. 

Una de cal y otra de arena (venturas y desventuras en Puno)

Llegar a Puno se convierte en un suplicio, ya que en las últimas horas de bus (desde Arequipa) comienzo a encontrarme mal, y el tramo final de bajar del bus, tomar una combi a la plaza de armas y desde allí encontrar un hostal lo hago muy flojito de fuerzas, ¡y para colmo estamos a 3800 msnm! 
Una vez me instalo y me repongo un poco (primer asalto al botiquín de viaje) doy una vuelta y consigo apalabrar una visita para dentro de 2 días con el guarda a la reserva del Lago Titicaca. No doy para más y aún es peor cuando comienzo con diarrea: ¡NO HAY QUE BEBER DEL CAÑO! Fallo muy tonto, pero en el hostal de Arequipa me dijeron que se podía...

Al día siguiente y cuando mi cuerpo me lo permite, bajo al mercado a por arrocito pa' la tripa, infusiones y algo de fruta, y de paso subo a un cerrito de aquí, el Huajsapata, desde el que se ve todo Puno y parte del lago. Pero rápido tengo que volverme para el hostal y pasar unas horas de reposo...
Ya por la tarde, en otro momento de asueto intestinal me acerco a un bonito malecón junto al lago en el que hay bastantes aves: patos, malvasías, garzas, íbises...¡aunque me dejé los prismáticos! Pero ya tendré mi oportunidad al día siguiente. 

Y así, el jueves me levanto prontito para encontrarme con el guarda del lago y encaminarnos para allá. Tomamos un par de combis y llegamos a Huata, desde donde comenzaremos nuestra caminata. Al llegar al pueblo llueve fuerte y tratamos de encontrar un poncho de plástico, y aunque no hay, la seño de la tienda nos saca un rollo de plástico, nos corta 2 metros y le hace un agujerito: ¡qué artista! suficiente para no calarnos en el momento.
Ya en la caminata todo se pone de cara: al poco de comenzar a caminar deja de llover y empezamos a ver aves, que M. (el guarda) me va identificando (nombre científico y común para más señas), a la vez que me va explicando cosas de la pampa que vamos cruzando: qué es la totora, cómo viven de ella l*s campesin*s que allí viven, cómo se inunda a cada poco y tienen que lidiar con ello, a veces dejando las casas (algunas de las cuales no aguantan y se caen), etc. 
Él va con sus botas de agua y yo, como solo tengo mis botas de montaña, me las voy quitando para cruzar las zonas inundadas que no puedo sortear, pensando a la vez en si no sacaré en una de esas la pierna con alguna sanguijuela o cogeré algún parásito del ganado. Así, llegamos después de casi dos horas a la casa-oficina en la que trabajan y hacen guardias de varios días, tomamos algo y continuamos bordeando el lago en busca del ave endémica de allí: el zambullidor del Titicaca, que por suerte encontramos. 
Magnífica caminata y mejor persona: me acerca en moto hasta el pueblo y espera a que llegue mi combi para volverse a la caseta: hoy empieza su turno de guardia. ¡Un auténtico placer!

Ya en Puno y por la tarde, acabo yendo a la reinauguración del teatro municipal de la que me habían comentado, que comienza con un apestoso acto político de vanaglorias mutuas (en todos lados cuecen habas) y mejora con una obrita de teatro y varias representaciones folklóricas de danzas de Cuzco, Arequipa y Puno. ¡Seguro que a las chicas de Villa Mellizas les habría encantado!
Un colofón estupendo para los 3 días en Puno. Una papa rellena y a dormir. Mañana prontito hacia La Paz.