miércoles, 29 de enero de 2014

Horas de bus (tiempo para uno mismo)

Desde las ventanas del bus uno se hace idea de lo vastas que son aquí las dimensiones: cuánto tiempo (¿horas?) para dejar la continuidad urbana de Lima, la extensión abrumadora del desierto costero, salpicado de pequeñas chozas y ridículas parcelas de reforestación de zonas áridas. De vez en cuando aparecen huellas que suben alguna duna y las sigo con la esperanza ingenua de encontrarme una vicuña, o mejor aún, un puma en lo alto del una roca. Aunque los únicos centinelas que encuentro son unas rapaces que ni idea de si son águila, aguiluchos o gallinazos (los zopilotes mejicanos, pequeños buitres mudos que abundan en las ciudades "reciclando" lo que puedan pillar de la basura). De momento me conformo con eso, y con mi primer colibrí en Arequipa. Por la otra ventana el desierto deja ver el océano a ratos, un Pacífico que de momento dejo sin probar, aunque puede que a la vuelta moje los pies.

Mis expectativas bicheras sí se cumplen en el trayecto a Puno, donde me encuentro en varias ocasiones algunos grupos de vicuñas (el único camélido salvaje que tienen por aquí). Tanto esfuerzo tratando de llegar a una reserva para ver aves y estos bichos y me los veo desde el bus, tan cómodamente. A ver si el cóndor también se me aparece así, de sorpresa.

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