lunes, 17 de marzo de 2014

¡Mira Gara, tus primos! (lobeando por el Río de la plata)

Dice el Viejo Antonio que "las penas, si se duelen juntas, son alivio y sombra que alegra", así que parte del viaje a Montevideo es eso, compartir con M. las penas de empezar una nueva vida (aunque sea por un tiempito) en una nueva ciudad, en otro continente y lejos de tu gente querida. Acompañar y apoyar en el principio de una aventura. También compartir las alegrías, por supuesto.

Así que ahí andamos ella y yo, recién desembarcad*s, empujando una pesada maleta, que al poco pierde una rueda, por las solitarias calles de Montevideo: hoy es el último día de Carnaval y está todo cerrado y desierto. Así que difícil encontrar un sitio donde refugiarse de la lluvia que poco a poco empieza a hacer presencia, y más uno que sea asequible para bolsillos precarios, pero al final lo encontramos. Parece que las cosas han de empezar siempre un poco difíciles para que luego las apreciemos mejor, y siguiendo esa lógica, nos avisa nuestra compi de que no puede alojarnos esa noche, nos resulta imposible llamar por teléfono al resto contactos,...¡bien empezamos! Por suerte, encontramos la solidaridad en un encargado de Mc Donald's (curioso ¿no?) que nos deja un teléfono para llamar, y Dios cae del cielo convertido en K. (contacto de M.) que nos viene a recoger con el coche, nos acoge con un cafetito caliente y nos ofrece alojamiento mientras lo necesitemos. Os haréis una idea de lo que amamos a esta mujer en esos momentos, ¡por poco nos arrodillamos a besarle los pies! A ella y a F., su pareja, que nos brindan todos tipo de cuidados.

Ya con la tranquilidad de tener donde caernos muert*s, cogemos fuerzas y comenzamos a buscar piso, salimos a ver alguno, y comenzamos a hacernos con la ciudad. Una ciudad pequeñita para ser una capital (sobre todo después de venir de Buenos Aires, La Paz, Lima...), amanosa y cómoda, por la que poder moverse con cierta facilidad a pie, y además bonita: barrios enteros con edificios antiguos de una o dos plantas, varios jardines y una rambla bien grande. Así que mientras M. se hace a la uni y se organiza el semestre, yo me paseo por las playas (prismáticos en mano para ver qué aves me encuentro por aquí), por la rambla, y callejeo un poco en busca de jardines (al final uno acaba yendo a donde se siente cómodo).

Una vez acomodad*s y hech*s al ritmo de la uni, planificamos nuestro viaje de fin de semana a las playas del noreste uruguayo de las que nos han hablado en repetidas ocasiones: iremos a Valizas y de ahí a Cabo Polonio, en busca de ese espíritu salvaje que le rodea. Antes de partir, y como buen*s huéspedes, invitamos a nuestr*s anfitriones a que nos hagan un típico asado: M. pone la materia prima, F. el saber hacer. Y bien rico que quedó, nada mejor para afrontar unos días de caminatas.

Nos llevan hasta Punta del Este y de ahí seguimos haciendo dedo hasta Valizas, donde nos quedamos a dormir. Montamos la tienda y nada más anochecer empiezan a aparecer luciérnagas a nuestro alrededor: una aquí, otra allá, aquella lucecita revoloteando más lejos...¡precioso! Además, el cielo aquí es bien negro, no tenemos mucha luna y nada de contaminación lumínica, por lo que contemplamos un espectáculo maravilloso. Ahí está la Cruz del Sur, la única que sabemos reconocer pero suficiente para nosotr*s. 

¡Garota, mira tus primos!
Al día siguiente retomamos camino hacia el cabo, entre dunas y lagunas, con mochuelillos y teros por aquí y por allá, y algunos caranchos planeando sobre nuestras cabezas. Llegamos a Cabo Polonio y nos encontramos mucha más gente de la que esperábamos, así que vamos directos hacia el faro en busca de lo que veníamos oyendo a lo lejos desde hace rato: los lobos marinos. Y ahí están ellos, moles de cientos de kilos tomando plácidamente el sol, amagando de vez en cuando con enfrentarse por un palmo de terreno los más grandes o durmiendo a aleta tendida los más pequeños. Y yo, como os imaginaréis, flipando delante de estos bichos tan curiosos y espectaculares.

Ya bajado de la nube, damos una vuelta por el pueblo, que no acaba de ser lo que esperábamos (o por lo menos está demasiado explotado turísticamente para nuestro gusto), disfrutamos un ratito en la playa y salimos en busca de un buen sitio para plantar la tienda, a unos pocos km. del pueblo. Esa noche vuelve a ser bien linda, aunque no consigo ver algo que también buscaba: una noche de noctilucas que hagan foscorescer el océano.
El fin de semana termina ajetreado entre raites y bus para llegar a Montevideo, pero llegamos. 

La semana siguiente vuelve a ser una semana de calma, de vivir la ciudad sin más, haciendo la compra en la feria, cocinando para M. (y para mi, ¡claro!) y compartiendo ratitos con la compi de piso. También tratando de sacar algún peso en las bondis (buses) con el guitalele. 
El jueves es día de juerga en todo el mundo, ¿no? Por lo menos nosotr*s salimos un ratito como es costumbre, y por casualidad acabamos comiéndonos unos ricos niños envueltos (vegetarianos, eso sí) en un barecito magnífico, y ya luego tomamos la cervecita donde íbamos buscando. Tanto nos gustó el local vegetariano que volvimos el sábado para salir de allí a punto de explotar, saciad*s de dulce y sin un peso en el bolsillo (literalmente). Mereció la pena.

Y entre mercadillos, los palacetes y leoneras de un viejo dictador (hoy Museo de la Memoria), algo de folklore (callejero y de auditorio) y los últimos calores del verano, me voy despidiendo de Montevideo, poco a poco, mientras preparo el viaje a Rosario, donde parece que me esperan con las brasas casi listas para un nuevo asado y bastante calor humano. Así que iré preparando la mochila y buscando un buen vino.

Compadres ¡ya llego!


No hay comentarios:

Publicar un comentario