sábado, 19 de abril de 2014

Con Fukuoka en los Andes (o las huertas que siempre relajan)

-David, ¿qué árbol es ese de ahí?- pregunto curiosamente.

-Un "mírameynometoques", como todos los de la huerta.- Me responde mi hospedador con semblante aparentemente serio.

¿Alguien encuentra al cuarto animalillo?
Empezar así ya me hace recordar al Viejo Antonio, el maestro en la selva del Sub, y de alguna manera me retrotrae a mi sensei serrano con su humor tan concreto. Parece que en la sierra, sea en una punta o en la otra del mundo, hay algo que modela de forma "universal" el carácter de sus habitantes.
Y eso me hace sentir un poco más como en casa, en mi terreno, que después del trajín de viajes de los últimos días (Rosario, La Paz, Copacabana, Isla del Sol,...) se agradece bastante. 

Sorata es un pueblito tranquilo, y más todavía lo es el Vergel de David, donde me voy a quedar unos días con otro intercambio de trabajo por alojamiento y comida. El camping-albergue-granja bien hace honor a su nombre, ya que está lleno de frutales (no tan vetados como parecía indicar la sentencia inicial) y es un lugar realmente precioso. Aquí paso los días  entre la huerta, los animales y alguna que otra caminata por los alrededores, aunque desde luego lo mejor de todo es levantarse cada día y desayunar contemplando un nevado de más de 6.000 m. de altura (el Illampu) enmarcado en un valle espectacular. De vez en cuando, después de unas horas de curro en la huerta permacultural-biodinámica-... incluso me doy un remojón en las gélidas aguas del río, que bajan directamente de esos picos nevados (en honor al "neopizzero" asturiano). Y es que el sitio es especial para pasar tranquilamente unos días relajado y despreocupado, en un entorno mágico, perfecto como último recuerdo de Bolivia antes de volver al Perú. Es más, un poco de trabajo físico me vendrá estupendo para preparar al cuerpo de cara al trekking que tengo entre ceja y ceja realizar por Cuzco (ya veremos...).


Y como quien no quiere la cosa me doy cuenta de que ha pasado más de una semana desde que llegué y va siendo hora de moverse, quien sabe si conseguiré sacar tiempo para encontrarme con S. por la selva, y más bien si las circunstancias lo van a permitir. Ganas desde luego no faltan, pero ya está visto que no siempre son suficientes.



Yo de momento me voy yendo para la Disneylandia inca, a ver qué tal lidio con el turisteo extremo...

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